Que grata sorpresa lo que he leído estos últimos días, una narración a través de una historia de ciencia ficción totalmente metafórico. Todo es basado metafóricamente en la vida de su autor, un chaval de 15 años que se traslada a la vida marítima en su historia convirtiéndose en Tom Wilder como protagonista, de profesión biólogo, para explorar en su psiquis todo lo que le rodea y le empuja a seguir adelante diariamente.
Como sinopsis, puedo adelantar el papel de cada personaje en la historia, pues es tan profundamente psicológica que merece la pena que algún día esté en el mercado para tomar conciencia de las dificultades con las que se encuentran día a día los niños de altas capacidades y su forma de absorber las circunstancias colindantes.
Tanto el papel del padre de Tom Wilder, como el de su esposa, María, son los ejes del motor con el que se muestra el protagonista, y en ambos casos, aunque parezca una disincronía o dicotomía, ambas personalidades son achacadas a su madre; el padre, la parte dura del aprendizaje y la esposa, la parte blanda y cariñosa pero también obligatoria en su vida.
También tenemos el paisaje donde se traslada toda la narración, en medio del océano, perdido, sólo aunque en parte pues es puesto a prueba, capturado y obligado a estar en un lugar que no le gusta, con personas que no lo entienden, incluso el protagonista llega a perder la voz, algo muy intenso en su psiquis, pues le da la sensación que nadie lo escucha, ni lo comprende...Y el colmo siempre le dan lo mismo de comer, que en si no es más que "Todos iguales, no existe la creatividad, ni la superación", como suele pasar en las escuelas con este clase de niños.
En cuanto al poder de su extenso vocabulario en dicha narración queda patente sus capacidades.
Personalmente cuando se pone interesante es a partir del tercer capítulo, no es muy largo puede ser perfectamente un libro de bolsillo, y hago un llamamiento para que alguna editorial se interese.
Para abrir boca y acto seguido de forma permisiva por su autor publico el primer capítulo:
SUEÑOS DE AGUA SALADA
Sentía el vaivén de las olas. El sonido
sordo del silencio en el centro del Océano. Sabía que estaba en algún lugar del
mar, pero no exactamente dónde. Sentía miedo. No. Pánico. Pánico era la palabra
correcta que describía sus sentimientos. Nunca había imaginado el fin de sus
días como sería. Aunque ahora, lo tenía más claro. Gracias a su padre. Eso es,
a su padre. Desde pequeño le inculcó lo grande que era formar parte del mar, ya
sea por marinero, pescador o cualquier otro sistema de involucrarse en las aguas
saladas. Y todo por su culpa. Si no hubiera sido por él, estaría en estos
momentos con María, su esposa, y sus tres hijos, y no encerrado bajo la
cubierta de un barquichuelo de alguna especie absurda. Le llegaba un olor
nauseabundo, como a madera húmeda y podrida, y sólo le separaba de ella un
toldo de plástico amarillo con lo que estaba recubierta.
Llegaban las tres de la tarde, lo que
significaba que de un momento a otro le dejarían el almuerzo bajo la
portezuela.
No se equivocó. Oyó el ruido de los platos
en el puente, y unas zancadas bajando hacia su lugar de residencia, instalado
allí desde meses atrás. Se abrió la portezuela y le posaron en un cubo otra
docena de bananas.
Tratado como un animal, el camarero de
habitaciones, como él lo llamaba para sí, soltó el cubo y se marchó.
No había comido un plato caliente desde que
embarcó.
La verdad era que tampoco se le apetecía.
Estaba
cambiado. Desde que lo encerraron en ese agujero de dos por dos, sentía que
perdía facultades. Cuando lo metieron en aquel lugar sucio por sus necesidades
y oscuro, le hicieron desnudarse y arrojar sus ropas a un fuego infernal que el
mismo capitán avivó con una de las velas del trinquete. Y aunque podía oír y
entender todo lo que le dijeran, le resultaba imposible articular una sola
sílaba. Ya se conformaba con una sola sílaba.
Tras estudiar biología, quiso darle el
gusto a su padre de especializarse en la escala marítima, y se embarcó con dos
ilusiones; una la de callar a María, que tanto discutía con ella por estar a
favor de su suegro, y otro su deseo de la mar, que según decía María, estaba
hecho para Tom Wilder, que no sostenía valor alguno los estudios, si no llevaba
a cabo la tradición familiar. Tras su decisión de enrolarse en la marina, y
emplearse a fondo investigando la obsesión que le mantuvo para aprobar los
exámenes, no fue otra que el fantasma del siglo XX, el TITANIC. Lo tenía todo
dispuesto, pensaba, y justo con lo que necesitaba para localizarlo y tomar
muestras.
Hundido desde 1912, recordaba sus apuntes
para localizarlo, transcurridos noventa y nueve años de aquel terrible suceso,
entre Inglaterra y Nueva York, ¡Dios!, veintiuna toneladas sumergidas y
emergidas por globos de un equipo submarino, pero, pesaba más que eso. Eso,
solo fue una parte del barco recuperado, seguramente habría más esperándole.
Querían remolcarlo hacia Boston, donde sería exhibido. Había leído en la
biblioteca de Inglaterra, durante su viaje, que gracias a su beca pudo llevar a
cabo, que en 1985, se hallaron por primera vez los restos del naufragio, una
sección del casco la encontraron separada del barco. Se utilizaron seis globos
rellenos de diésel, por ser más ligero que el agua, pero sólo cuatro
consiguieron su objetivo a pesar de las toneladas de cadenas que le remolcaban.
María, le presentó a un colega suyo de la NASA , quien en realidad fue quien terminó de
inspirarle para su futura misión.
El hombre que conoció por medio de su
esposa, le fascinó, tanto por la forma de hablar sobre el TITANIC, como por las
expresiones encomiables, dignas de envidia, comentaba lo más simple del
trasatlántico con la dulzura que trataría a una novia recientemente conocida y
dispuesto a dar la vida por ella o como si fuera de cristal. Su edad avanzada,
no le impedía su ilusión de ascender el barco. “Yo también”, se decía,
“Imaginaba mis ilusiones realizadas, pero ahora, pobre mortal, no llegaré a
cumplir tu edad, Edwin”. Ese era su nombre, Edwin Buzz Aldrin, no aparentaba
los sesenta y seis años que ostentaba, su tez blanca como la nieve, sin rastro
de que jamás le hubiera crecido la barba, aquellos ojos tan claros, daba la
impresión de que fueran transparentes, y su cabello brillante dieron lugar a ponérsele los bellos a flor de piel, el tan solo pensar que ese
hombre atrajera a su esposa por su atractivo, sin contar con su inteligencia
que tanto María admiraba, y experiencia, como persona, le daba escalofríos.
Edwin, ex-astronauta, intentó con un
submarino liberar los dos globos atrapados, uno terminó por romperse,
ascendiendo los otros cinco, la gran pieza metálica. Gastó más de 60 millones
de dólares. Al principio no estaba seguro de qué tipo de barco sería el
propicio para la labor a desempeñar. Su padre le decía: “- Tom, piensa que los
ecologistas utilizan pesqueros reformados y hacen un trabajo excelente, pero,
quizás un yate te haga el mismo apaño”.
Al final, recurrió a la primera idea de su
padre, que con el inconmesurable apoyo que le profesaba su mujer hacia todos
los comentarios del suegro, optó por un pesquero reformado. Tomó una escala
rigurosa y exactitud insobornable y rígida. Su padre conocía a un armador, ya
jubilado, pero mantenía sus contactos, y se realizó su fantasía tal y como la
había dibujado, ofreciéndoselo al consumidor, cuñado del amigo de su padre. Se
convirtió en el pesquero más maravilloso del mundo. Claro que, a sus ojos. Las
personas que le acompañaron para tal hazaña, veían una locura por obstaculizar
la misión con tal barbarie de construcción y minorizar el valor de lo que en sus
días sus congéneres les sirvió de ejemplo perenne del puerto donde lo consiguió.
Sí, la historia de sus congéneres iba más allá de cualquier otro modelo de
navío. Fue el primero en emplear el arte mariscador, después utilizó la trampa
(nasas y artes de atajo), para capturar peces y crustáceos.
Una vez llegado al punto donde se
sumergiría para tomar sus muestras correspondientes, resultó que no lo habían
dotado del pequeño submarino que encargó al constructor, tan ni siquiera de las
suficientes botellas de oxígeno. No importaba. Una vez llegado allí, todo
aquello se convertiría en zarandajas. Sólo en zarandajas.
Se acomodó el traje de buzo y la bombona
que poseía.
Tras la lectura pienso que al lector le habrá quedado claro que su investigación del barco hundido hace referencia a su voluntad por alcanzar un gran objetivo en la vida, pero como ya es sabido los obstáculos de terceras personas o situaciones inesperadas se convierte en una cuesta arriba que cada vez que ocurre más se aburren de conseguir sus metas y van desligándose de su sueño.
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